Cuando escribo teatro para las niñas y los niños trato de mirarles a
los ojos, colocándome frente a ellos, frente a ellas, buscando su mirada; pero
no es fácil. No es bueno agacharse para hacerlo, los niños son más
pequeños que los adultos, tienen un tamaño menor, pero uno, no debe volverse
pequeño para mirarles a los ojos. Aunque mi condición de adulto
representa, por tanto, una cierta anomalía física para lograr mirar al niño a
los ojos, trato de encontrar estrategias para buscar sus miradas frente a mí,
durante el proceso de escritura. A veces no me queda más remedio que encorvarme
o colocarme de cuclillas o arrodillarme, pero son todas ellas posturas
incómodas para escribir. La otra opción
sería subir al niño y sostenerlo o colocarlo en algún lugar para que alcance mi
altura, pero esta posición no es natural para ellos. Por lo tanto, no tengo más remedio que admitir, que es muy complicado
colocarse a la altura del niño, para escrutar sus ojos, sin impostar y sin
forzar, pero no hay otra manera de comunicarse, desde la sinceridad, con
ellos. A pesar de todo
sigo escribiendo teatro para los niños y las niñas y sigo buscando sus miradas,
de frente, lo sigo intentando, soy tozudo.
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