LA
CURIOSIDAD Y EL INSTINTO CONTRA EL MIEDO.
“Calma
corazón mío que tienes miedo de todo.
Y tú,
cabeza mía, que diseñas catástrofes.
Dejemos
a la vida hacer sus cosas”
(El
Ogrito, inicio de la escena 3)
Es una
estupenda noticia la puesta en marcha de una nueva colección teatral.
ASSITEJ España (asociación que dinamiza y promueve la creación teatral para la
infancia y la juventud, coordinando su trabajo con las diversas sedes de
ASSITEJ que coexisten en numerosos países de los cinco continentes), ha editado
este libro, que constituye el primer volumen de una colección nacida con la
intención de recopilar algunas de las obras más importantes escritas a nivel
internacional para el público infantil y juvenil.
Se
trata de una iniciativa muy acertada puesto que a nivel editorial, en nuestro
país, las estanterías de libros para los más jóvenes adolecen de frecuentes
huecos. Y para rellenar alguno de estos pequeños vacíos bibliográficos,
salvando barreras idiomáticas, ha aparecido recientemente este libro compuesto
por “El Ogrito” y “Zapatos de Arena”, dos obras de la autora quebequense
francófona Suzanne Lebeau, a partir de una traducción de Cecilia Iris Fasola,
revisada y corregida por Lola Lara e Itziar Pascual.
Autora
fundamental en la escritura teatral para niños y jóvenes de los últimos años,
Suzanne Lebeau, expresa su voluntad de buscar nuevos límites expresivos en su
trabajo dramatúrgico. Del mismo modo los protagonistas de estas dos
obras se caracterizan porque son personajes que tras un proceso más o menos
complejo, deciden trasgredir los límites que hasta el momento les impedían
obtener una noción más amplia de su entorno. Se trataba de límites en
cierto modo autoimpuestos.
Como
bien recoge Itziar Pascual en uno de sus valiosos estudios sobre Lebeau, a
través de sus obras esta autora “trata de mostrar lo inquietante, lo turbador,
aquello ante lo que no tenemos respuestas concretas”. Los protagonistas
de algunas obras de Lebeau no se corresponden con lo que a priori entenderíamos
como “personaje de obra teatral para niños”: un niño que está sin
terminar de hacer, un monstruito cuya apariencia está compuesta de partes del
cuerpo de distintos animales, o un niño internado en un centro siquiátrico
por trasgredir normas sociales, son algunos de sus “héroes”. Son
seres que, pese a partir con una clara desventaja a la hora de aspirar a las
simpatías de sus semejantes, la autora canadiense consigue captar nuestra
empatía, nuestra ternura, hacia estos individuos situados al margen de la
aceptación social, sin necesidad de desvirtuar las características que hacen de
estos personajes seres complejos y especiales, potencialmente
conflictivos.
A esta
dimensión de seres totalmente alejados del prototipo al uso, pertenece el
ogrito.
Dosificando
informaciones, mediante un hermosísimo lenguaje, a través de las excelentemente
estructuradas escenas de esta obra vamos descubriendo la historia del ogrito,
de su resignada madre, de su desconcertada maestra y atemorizados compañeros de
escuela, y de su padre ausente, así como de la naturaleza irrevocablemente
salvaje del pequeño protagonista. Asistimos a las reglamentadas pruebas a
las que tendrá que enfrentarse el ogro, aparentemente insuperables,
estableciendo claras conexiones con los relatos fantásticos clásicos; pero si
en los relatos tradicionales son los héroes, los galanes, los aspirantes
a príncipe, los encargados de superar tales pruebas y los ogros son meros
actores secundarios, villanos crueles que obstaculizan los logros de los
buenos, en esta obra es al ogro al que se le concede por una vez la posibilidad
de superar sus límites y de aspirar a un destino que a priori resultaba
inaprensible para él.
Esta
relación de cercano alejamiento respecto a los esquemas de los cuentos
tradicionales es una paradoja más de estos textos que, partiendo de atmósferas
y elementos cercanos a las narraciones clásicas para niños, sin embargo en el
desarrollo de tales premisas, se aleja radicalmente de sus objetivos. En
este sentido, mientras la esencia que anima los cuentos tradicionales,
acostumbra a ser una intención pedagógica, se persigue una enseñanza con cierta
dosis de moralina que tiende a apaciguar al niño advirtiéndole de los peligros
que le acechan y de los riesgos de la libertad y de la audacia, los textos de Suzanne
Lebeau, escritos en una época que responde a características sociales muy
diferentes, contienen una clara crítica a la sobreprotección y al didactismo a
los que a menudo sometemos a nuestros hijos.
La
crueldad, el instinto, como obstáculo a veces casi insalvable para la vida en
sociedad es el gran tema de "El Ogrito". La cruel naturaleza
enfrentada a la exigente sociedad. El ogrito que da título a la obra, se
ve obligado a enfrentarse a una serie de pruebas, que finalmente supera y que
le permiten mantenerse dentro de los límites del horizonte civilizado.
Sin embargo el sorprendente final, el postrero punto de giro, nos desvela que
su renuncia a los instintos más primarios de la naturaleza constituye una
opción voluntaria, una decisión personal libremente adoptada, y no es el fruto
de la presión coercitiva, ni consecuencia de una educación represiva.
Aceptada asimismo sin renunciar a su propia identidad.
Tanto
en “El Ogrito” como en el otro texto que completa el volumen “Zapatos de
Arena”, el miedo es un tema esencial. Pero ambos textos enfocan el miedo
desde ángulos diversos. Si en “El Ogrito” el personaje protagonista es el
agente activo, el que provoca el miedo, de modo que asistimos al terror de sus
semejantes desde una perspectiva un tanto distanciada que en ocasiones provoca
que observemos a los miedosos con cierta incomprensión. En “Zapatos de
Arena”, los dos personajes protagonistas viven sometidos a recurrentes terrores
que empequeñecen y condicionan su existencia.
En
“Zapatos de Arena” dos hermanos, un chico y una chica, viven juntos con la
única compañía de dos pares de zapatos traviesos que una mañana, en la que la
responsable hermana mayor duerme más de lo habitual, escapan de su jaula
provocando también la huída del hogar del curioso hermano menor, que sale tras
ellos al azaroso mundo exterior. El frágil niño tendra que enfrentarse a
numerosos territorios vedados a los niños por parte de los adultos: el agua
fría, las tormentas, las caídas, los ríos, y finalmente la noche, la oscuridad,
el hombre del saco. Todos los padres tenemos miedo de que nuestras niñas
y niños se caigan, se mojen, se enfríen, se hundan en el agua. Aunque en
este caso los riesgos no resultan ser tan terribles, las consecuencias de estas
aventuras darán lugar a una brillante sucesión de sugerencias poéticas, en las
que el lirismo no se detendrá ante las dificultades que algunas de estas
imágenes conllevarían en una puesta en escena excesivamente literal. En
esta obra, y también en “El Ogrito”, la naturaleza es un personaje más, que
interactúa constantemente con los protagonistas, y que además de constituir un
fondo rico y complejo, actúa como desencadenante, amenaza o descubrimiento
sugestivo. También son fundamentales en esta obra los zapatos que dan
título al texto, y que representan la curiosidad, el elemento lúdico
característico de los niños, que se trasplanta en este caso a los traviesos
zapatos huidizos, que cuando no tienen el aprisionador lastre de los pies
son capaces de vagar por sí mismos, juguetones.
Como en
diversos cuentos clásicos, en esta historia se narran las andanzas de dos niños
a la intemperie, alejados ocasionalmente del elemento protector, que en este
caso es la casa, el hogar, y que se ven abocados a diversas
vicisitudes. Los dos niños de “Zapatos de Arena” carecen de experiencia,
de informaciones suficientes para enfrentarse al mundo por sí mismos, eso les
caracteriza, y por eso se sirven de un libro que les ayuda a descubrir el
significado de diversos conceptos.
Así, la
experiencia de la que presumimos los mayores, se puede acabar convirtiendo en
un cúmulo de definiciones simplistas repletas de temores y desconfianzas como
las de este libro. En contraposición a tan reduccionistas certidumbres
Suzanne Lebeau nos ofrece en sus maravillosos textos un puñado de valiosas
preguntas, especialmente esas que a los mayores todavía nos perturban, que
nacieron cuando éramos pequeños y creíamos que con unos años más llegaríamos a
enhebrar en sus respectivas respuestas. Y pasados los años todavía fingimos,
cuando nuestros hijos nos interpelan acerca de ellas, haber resuelto tales
enigmas, y sin embargo continúan ahí, tan inexplicables como al principio, o
más aún, pues cuando éramos niños teníamos ciertas intuiciones al respecto,
pero ahora únicamente hemos rellenado el espacio de las respuestas con
improvisadas y torpes certidumbres mal encajadas, que apenas rellenan ese
hueco, pero que nos tranquilizan al respecto, y es que a poco que nos miramos
con cierta actitud crítica ese agujero (intentamos evitarlo la mayor parte del
tiempo), comprobamos lo defectuoso, lo chapucero del apaño cognoscitivo que nos
hemos urdido.
Textos
como estos nos hacen mirar desde los ojos del niño que fuimos a nuestros
propios hijos y comprobar hasta qué punto nos hemos traicionado, edificando un
legado para nuestros pequeños dominado por las urgencias de relojes de arena
enjaulada, que suenan cada intervalo de tiempo torturándonos, en contraste con
la arena que habita libre en la orilla del río y que el pequeño protagonista de
“Zapatos de Arena” se guarda en los bolsillos en un hermosísimo hallazgo
que contrapone la arena prisionera del reloj y la arena en libertad con la que
se pueden construir castillos.
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