Tomás Afán
(Jaén, 1968) es un hombre de teatro que reúne la doble condición de dramaturgo
y director de escena. Vinculado desde hace más de dos décadas a la compañía
jiennense La Paca, ha estrenado con ella numerosos textos y en muchos casos los
ha dirigido él mismo (en más de una ocasión, junto con Mª Carmen Gámez,
codirectora de La Paca junto con el propio Afán). Esta cualidad de hombre de
teatro se aprecia en la eficacia de sus textos, escritos desde la sabiduría
escénica de quien conoce los entresijos del escenario y sabe bien cómo comunicarse
con su público. Y el público al que están destinados prioritariamente los
espectáculos de La Paca no es otro que el público infantil y juvenil: desde las
primeras edades (recientemente La Paca ha inaugurado una línea de trabajo con
bebés) hasta la adolescencia, edad a la que se dirigen muchos de los textos de
este dramaturgo.
El interés de
Tomás Afán por el teatro para adolescentes viene de lejos y se remonta a 1992,
año en el que estrena su primer texto dirigido al público juvenil: La pasión de Johnny y Magdalena (western
tragicómico en cinco actos). Posteriormente, estrenaría Pícaros (texto en verso para jóvenes, estrenado en 1998), el ya
citado Esconded las gallinas (que se
encuentra actualmente dentro del repertorio de La Paca), El muerto más disputado y otras farsas en verso (I Premio
Extremadura de Teatro, 2005), una serie de obras basadas en los clásicos, como
son Viva Molière (2005), Lazarillo de Tormes (2007), El castillo de Shakespeare (2008), Cyrano de Bergerac (2010), Edipo, Lisístrata y compañía (2010), y
un texto sobre un tema de máxima actualidad, el acoso escolar, también
actualmente dentro del repertorio de la Paca: Por si acoso (un respeto) (2008).
Es esta, la
dirigida al público adolescente, una línea de trabajo verdaderamente poco
tratada en nuestro país, sobre todo cuando Afán comienza su andadura en el
teatro para jóvenes, recién comenzada la década de los noventa. Es cierto que
en los últimos años cada vez hay más campañas teatrales dirigidas a este sector
de edad, pero aún a fecha de hoy, en pleno 2012, podemos afirmar que nos
encontramos ante un fenómeno incipiente en nuestro país. En este sentido,
podemos hablar del dramaturgo jiennense y de su compañía La Paca como pioneros
en este campo.
Pero, como se
dijo, el trabajo de Afán con esta compañía no se ha limitado al teatro para
jóvenes, también ha hecho numeroso teatro para niños. Así, entre los títulos
escritos y estrenados por el dramaturgo se pueden citar, además de los ya
referidos El enigma del doctor Mabuso y
Pim, pam, clown, otros como Una canción de Navidad (1998), Las aventuras de Juanillo el despistaíllo
(1999), El pequeño Quijote (Premio
Barahona de Soto de teatro para niños 2006), Especiales (2006), Criaturitas
de Dios (2006), La leyenda del Cid
(2007), La cocina de los cuentos
(2008) o El fantasma de Canterville
(2010). En suma, un amplio conjunto de textos que pueden dar idea de la
heterogeneidad temática y formal de Tomás Afán en sus obras de teatro para
niños y jóvenes.
La obra que
ahora presentamos, Pictogramas, es
buena muestra de esta heterogeneidad estilística de las obras de teatro para
niños y jóvenes de Tomás Afán. Si ya eran notables las diferencias formales y
de contenido que se podían apreciar entre El
enigma del doctor Mabuso y Pim, pam,
clown, Pictogramas nos muestra un
registro completamente diferente a las dos obras citadas. Frente al tono
humorístico y festivo de Pim, pam, clown,
claramente inscrita en la tradición del clown y del circo, y frente a la
estructura detectivesca de El enigma del
doctor Mabuso, de clara influencia cinematográfica, nos encontramos ahora
frente a una obra mucho más austera en sus recursos, en la que el humor, tan
presente en los dos textos citados, apenas asoma, y en la que el referente de
la tradición más claro es el invocado al principio de la obra: la historia de
Robinson Crusoe, un individuo aislado y privado de comunicación con sus
semejantes.
La historia se
divide en dieciocho escenas muy breves, escenas que son a su vez como
pictogramas, como mensajes en una botella (al modo de los que anuncia la madre
en la escena inicial: “Si lees este mensaje que voy a meter en una botella
podrás conocer mi historia”), destinados a hacer comprender la compleja
situación reflejada. Escenas relámpago, apenas pinceladas, que reunidas dibujan
un conjunto de situaciones en torno a la vida de un niño autista con sus
familiares y con las personas que le rodean.
Aunque se trata
de una obra que persigue un fin último de carácter didáctico (el propio Afán ha
comentado que el proyecto de escribir esta obra surgió a partir de una
conversación con la representante de una Asociación de Autistas de Jaén, y que
tiene como finalidad “indagar acerca de los niños autistas y buscar estrategias
para reflejar teatralmente parte de su realidad, especialmente a otros niños”),
el autor no cae en ningún tipo de didactismo fácil ni en el recurso de explicar
el autismo por medio de discursos explícitos ni de tono aleccionador.
Por el
contrario, lo que nos presenta son una serie de situaciones de convivencia
entre un niño autista y sus familiares, situaciones que se explican por sí
solas y en las que el autor nos muestra toda una gama de sentimientos que
produce en quienes conviven con él la relación con el protagonista: desde el
deseo desesperado de la madre por comunicarse con él, hasta la comprensión y la
complicidad de la hermana, pasando por las tentativas de Juan de comprarle un
ordenador para ver si eso le ayuda a asomarse al mundo exterior, la perplejidad
del chico visitante que acaba desistiendo de su intento de jugar con él, o la
ignorancia y hasta la impertinencia de la señorona que espera del chico
operaciones matemáticas prodigiosas y demostraciones sobrenaturales de memoria
tan solo porque así lo ha visto en una película. Con todo ello, Afán nos dibuja
una realidad compleja, reflejada de forma poliédrica a través de miradas y
actitudes muy distintas, cuya suma nos permite asomarnos a esta realidad
difícil de comprender y de asumir.
Los continuos
silencios de Pedro (así se llama el protagonista) consiguen transmitir la sensación
de continua incertidumbre de quienes le rodean. La madre intentará
reiteradamente comunicarse con él, y en su desesperación, necesitará la ayuda de
una medicación para sobrellevar una situación que a todas luces le desborda. Su
afán por comunicarse con su hijo autista no se reducirá al intento de
comunicarse con él verbalmente, sino que intentará igualmente comunicarse a
través de sus dibujos o pictogramas. El hecho de que la madre trabaje como
ilustradora profesional, lo que implica que es capaz de establecer una
comunicación con numerosos niños lectores a través de sus dibujos, y no es
capaz en cambio de comunicarse con su propio hijo, aumenta el dramatismo de la
situación.
Desde una mayor
empatía con el chico, la hermana se convertirá en su voz y será la encargada de
expresar al público y al resto de los personajes sus sentimientos, o la
ausencia de ellos. El personaje de la hermana es sin duda uno de los mayores
hallazgos formales de esta obra. Transfigurada en Pedro, en la Señorona y en el
Chico visitante, ella da forma y expresión a los pensamientos de Pedro y de
quienes, ajenos a la situación, tratan de comunicarse con él. Será también ella
quien ayude a su madre a sobrellevar la situación sin la ayuda de las
pastillas, gracias al recurso de la fotografía que introduce en el peluche.
Junto con el de
Robinson Crusoe, el otro referente de la tradición narrativa presente en esta
obra es el del Príncipe Feliz, la historia de una estatua, aparentemente fría y
sin emociones, que se comunica con una golondrina y que en el fondo es generosa
y tiene sentimientos. La historia del Príncipe Feliz, libro por el que Pedro en
un momento de la historia parece mostrar algún interés (no se sabe si es un
interés real o si es mera casualidad), es la última esperanza a la que se
aferra su madre en su deseo de que su hijo tenga sentimientos y de algún modo
corresponda a su cariño. El hecho de que el niño tenga como muñeco favorito a
un peluche con forma de pájaro lleva a la madre a aferrarse a esta idea, que
funciona como metáfora tal vez de algo que es real o tal vez meramente
ilusorio.
En ningún
momento cae el autor en sentimentalismos de ningún tipo, como tampoco en la
desesperanza. A lo largo de toda la obra consigue mantener un delicado
equilibrio que alcanza su máxima expresión en el epílogo con que se cierra la
obra, en el que Pedro, a través de una supuesta máquina de traducir
sentimientos, muestra su deseo de corresponder al cariño de su madre al tiempo
que confiesa que la mayor parte del tiempo no tiene emociones de ningún tipo.
Una llamada a la esperanza y al mismo tiempo a la aceptación de la realidad tal
como es.
Tal vez sea esta
la primera vez que el teatro infantil y juvenil español se asoma al tema del
autismo, y lo hace desde una madurez y una calidad formal que son claros
síntomas de la madurez que ha alcanzado este género en nuestro país en los
últimos tiempos. También de su diversidad temática, pues en lo que va de siglo
XXI hemos ido viendo cómo se publicaban textos sobre temas difíciles y
arriesgados, desde la mayor exigencia formal y el mayor respeto por el público al
que va dirigido. Pictogramas viene a
sumarse a este nuevo repertorio de textos publicados y esperemos que pronto se
vea representada en los escenarios, lugar donde realmente puede demostrar toda
su eficacia y donde puede ayudar a los más jóvenes a comprender esta difícil
realidad del autismo.
Berta
Muñoz Cáliz
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