miércoles, 17 de julio de 2024

Inicio de LOS DÍAS DEL PEZ (I Premio Ciudad de Las Cabezas de textos teatrales para la infancia y la juventud.)

 





Esta obra habla de la resistencia a los cambios, de la superación de pequeños o grandes cataclismos domésticos y de la adaptación a las circunstancias adversas como las que experimentarán un niño y un hombre mayor en una situación tan inesperada como la de “los días del pez”.

 

PERSONAJES:

NIÑO. Es un pequeño personaje que vive con asombro una especie de cuento irreal en el que repentinamente se ve inmerso.

HOMBRE.  Es un carpintero de edad avanzada que trata de hacer lo más llevadero posible el brusco giro que ha dado su viejo relato.

 

 

 

 

 

 

 

Escena 1.

 

Estamos en un extraño interior, o al menos eso vislumbramos porque apenas somos capaces de distinguir la configuración del espacio.  Una luz tenue -que a medida que avance la obra irá aumentando de intensidad- ilumina, en un lateral del espacio, una especie de jergón en el que duerme un NIÑO.

 

NIÑO. (Despertando.) Socorro.  Socorro.

 

HOMBRE. (Entrando en escena.) ¿Qué te pasa?

 

NIÑO. He tenido una pesadilla.

 

HOMBRE. ¿Ah sí?

 

NIÑO. He soñado que me había devorado un gran tiburón.

 

HOMBRE. ¿Un tiburón?

 

NIÑO. Si, era enorme, tan grande como una casa.

 

HOMBRE. No me digas.  ¿Tan grande como nuestra casa?

 

NIÑO. Sí. Gigante.

 

HOMBRE. Bueno, bueno, ya ha pasado, vuelve a dormir.

 

NIÑO. Deja encendida la luz, por favor.

 

HOMBRE. ¿La luz?

 

NIÑO. Sí.

 

HOMBRE. Está bien, buscaré una vela.

 

NIÑO. ¿Y mi flexo?

 

HOMBRE. No está.  Pero no te preocupes, la vela es mejor.

 

NIÑO. No.   Prefiero mi lámpara… aunque… no encuentro el interruptor de la luz, qué raro, siempre ha estado en esta parte de la cama.

 

HOMBRE. No lo necesitamos.  (Encendiendo, al fin, la vela.) ¿Lo ves?  Esta vela da la misma luz que tu vieja lámpara y su brillo es mucho más bonito.  ¿A que sí?

 

NIÑO. Creo que me gustaba mi lámpara.

 

HOMBRE. Ahora debes dormir.

 

NIÑO. No sé si podré.

 

HOMBRE. Claro que podrás.  ¿Qué te lo va a impedir?

 

NIÑO. Sigo teniendo miedo.

 

HOMBRE. ¿En serio?

 

NIÑO. Sí.

 

HOMBRE. ¿Temes que un tiburón te devore a bocados?

 

NIÑO. Si, uno gigante.  Con unos dientes afiladísimos, que le mastican a uno.

 

HOMBRE. Pero eso no ha pasado.  No te ha masticado ningún monstruo.  Así que tienes que estar alegre.

 

NIÑO. ¿De verdad?

 

HOMBRE. Claro que sí.  Mira a tu alrededor.  ¿Qué ves?

 

NIÑO. Pues… ¿mi cuarto?

 

HOMBRE. Sí señor.

 

NIÑO. No se ve muy bien con esa vela que da tan poca luz, pero… parece diferente.

 

HOMBRE. Porque estamos en el interior del gigante marino. 

 

NIÑO. ¿Queeee?

 

HOMBRE. En eso tenías razón.  Pero mírate bien ¿te falta algún trozo?  No ¿verdad?  A mí tampoco.  Nos ha tragado de una pieza, y aquí dentro se está la mar de bien.  Hay comida, y sitio para dormir, y todo lo que necesitamos.  Así que no hay nada de lo que preocuparse. 

 

NIÑO. (Silencio.)

 

HOMBRE. Buenas noches.

 

NIÑO. (Silencio.)

 

HOMBRE. ¿No me contestas?  Ah, claro, seguro que ya te has dormido.  Se me da genial tranquilizar a los niños.  Voy a mi cuarto a echar una cabezadita.

 

Sale de escena el HOMBRE.

 

El pobre NIÑO toma la vela y se agarra a ella como a un salvavidas.  Constatamos que tiene los ojos desorbitados y tiembla un poco.

 

NIÑO. So  co   rro   







Escena 2.

 

HOMBRE. ¿Cómo has dormido, Pinocho?

 

NIÑO. Mal.

 

HOMBRE. Vaya por Dios.

 

NIÑO. ¿Ya es de día?

 

HOMBRE. Claro, hay que levantarse, hombre.

 

NIÑO. ¿Y cómo se sabe?

 

HOMBRE. ¿Que hay que levantarse?  Pues porque lo digo yo que soy mucho mayor que tú.

 

NIÑO. Digo que ¿cómo se sabe que es de día?

 

HOMBRE. ¿No lo notas?

 

NIÑO. Casi nada.

 

HOMBRE. Entra luz ¿no?

 

NIÑO. (Señalando hacia una tenue fuente lateral de luz.) ¿Eso?

 

HOMBRE. ¿Sí?

 

NIÑO. Pero es muy poquita.

 

HOMBRE. ¿Para qué quieres más?

 

NIÑO. ¿Y por qué viene de ese lado?

 

HOMBRE. Por allí amanece.

 

NIÑO. Qué raro.  ¿Y esto es todo lo que hay?

 

HOMBRE. Es suficiente ¿no crees?

 

NIÑO. ¿Es el sol?

 

HOMBRE. ¿El qué?

 

NIÑO. Lo que produce la luz.  Es el sol ¿no?, que está en ese lado ¿verdad?

 

HOMBRE. No.  La luz viene de la boca del gigante marino.

 

NIÑO. Oh.  Entonces…era verdad mi pesadilla del tiburón.

 

HOMBRE. Anímate. 

 

NIÑO. ¿Eh?

 

HOMBRE. A lo mejor aumenta la luz.

 

NIÑO. ¿Qué?

 

HOMBRE. Puede que abra la boca más, el gigante.

 

NIÑO. ¿Ah sí?

 

HOMBRE. Claro.

 

NIÑO. ¿Cuándo?

 

HOMBRE. Pues, por ejemplo, si tiene que devorar a alguien muy grande, entonces abrirá la boca mucho para que le quepa todo el cuerpo entero dentro.  Y será bonito porque la luz iluminará las costillas de la criatura marina y veremos bien los trozos de peces que hay a nuestros pies, y las tripas del gigante que son como un tobogán increíble.  ¿Te gustaría?

 

NIÑO. (Gesto de estupefacción.)

 

HOMBRE. Vamos, dime ¿te apetece?

 

NIÑO. Pues…

 

HOMBRE. Habla.

 

NIÑO. (Se tapa la cabeza con la sábana.)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Escena 3.

 

HOMBRE. Vamos, Pinocho, levántate.  Ya ha amanecido.  Aunque ya lo habrás notado porque aquí no hay persianas.

 

NIÑO. ¿Cómo que no?  Claro que sí.  En la ventana que hay al lado de la mesa en la que yo estudio tiene que haber una persiana.

 

HOMBRE. ¿Todavía sigues sin creerte que estamos dentro del pez?  Pues llevamos tres días aquí.

 

NIÑO. ¿Tres días?

 

HOMBRE. Ninguna pesadilla dura tanto.

 

NIÑO. Pues que se acabe ya.

 

HOMBRE. Venga, vamos a recorrer juntos el pez. 

 

NIÑO. Yo lo que quiero es irme de aquí.

 

HOMBRE. Ya has visto que en todo este tiempo no ha pasado nada malo. 

 

NIÑO. Ni nada bueno.

 

HOMBRE. Confía en mí. 

 

NIÑO. (Se encoge de hombros.)

 

HOMBRE. ¿Seguro que alguna vez has deseado viajar en un barco?  Pues lo de ahora es bastante parecido. 

 

NIÑO. No tanto.

 

HOMBRE. Que sí.  Esto es como una aventura.  Imagina que estamos en un camarote, ¿escuchas el ruido del mar?

 

NIÑO. ¿Por qué me has traído a este sitio?

 

HOMBRE. No te enfades.  Yo solo quiero que estés bien.

 

NIÑO. Pues no estoy bien.  No quiero ser la digestión de nadie.  No me gusta este pez.

 

HOMBRE. Pues tú sí le gustas mucho a él, de lo contrario no te habría tragado enterito.

 

NIÑO. (Expresión de extrañeza.)

 

HOMBRE. Je je je  es una broma.  Ríete hombre, hay que tomarse las cosas con humor.

 

NIÑO. Pero hay cosas que no tienen gracia.

 

HOMBRE. Escúchame bien, nunca le hagas ascos a una risa, pequeño, aunque sea de las que duele un poco en la garganta.

 

NIÑO. (Gesto de desacuerdo con la reflexión del HOMBRE.)

 

HOMBRE. Hazme caso, que yo sé mucho de estas cosas.

 

NIÑO. ¿Ah sí?

 

HOMBRE. Tengo experiencia.  Mucha.  Y sabiduría.

 

NIÑO. Y oye…

 

HOMBRE. ¿Qué?

 

NIÑO. ¿Tú estás seguro de que estamos en mitad del mar?

 

HOMBRE. Claro.  Este es un pez que navega por todos los mares y los océanos del mundo.

 

NIÑO. Pues yo no siento que se esté moviendo.

 

HOMBRE. Porque ahora mismo… (Improvisando.)…debemos  estar atravesando el Océano Pacífico, que lo llaman así porque está en calma siempre.

 

NIÑO. Tú no sabes nada.

 

HOMBRE. ¿Qué?

 

NIÑO. En el Océano Pacífico hay olas y corrientes y mareas igual que en todos los océanos.

 

HOMBRE. ¿Ah sí?  Venga, levántate y me sigues hablando de los mares.

 

NIÑO. ¿Y para qué quieres que me levante si no voy a ir a la escuela?  Antes no me gustaba tener que ir todos los días a clase, pero esto es muchísimo peor.

 

HOMBRE. Lo siento.  Me gustaría saber mucho y enseñarte, pero tienes razón, ni siquiera sé dónde está el Océano Pacífico.

 

NIÑO. No tienes ni idea.

 

HOMBRE. Pero sé una cosa muy importante y es que tienes que comer.

 

NIÑO. ¿Para qué?

 

HOMBRE. Para tener fuerzas durante todo el día.

 

NIÑO. ¿Y para qué?  En este pez da igual que uno esté fuerte o débil. 

 

HOMBRE. Tenemos que hacer la gimnasia diaria.

 

NIÑO. Qué tontería.  Se recorre, andando, todo el cuerpo entero en un minuto, y luego no hay nada más que hacer en todo el día.

 

HOMBRE. Sí hay más cosas.

 

NIÑO. ¿Qué?

 

HOMBRE. Pues…

 

NIÑO. No hay nada.

 

HOMBRE. Me da igual.  Pero vamos a recorrer el pez todas las veces que haga falta, y si te aburres, lo siento mucho, es tu problema.

 

NIÑO. (Gesto de aburrimiento.)

 

HOMBRE. Así que arriba.  Me has oído.  ¡A levantarse!

 

NIÑO. Vaaale…

 

HOMBRE. Venga, vamos a la cocina.  A llenar el estómago.

 

NIÑO. ¿Tanta comida hay?

 

HOMBRE. Me refiero al del pez, ya sabes que su estómago es nuestra cocina y con dos persona está casi lleno. 

 

(Ríe con ganas el HOMBRE.  Sin embargo el NIÑO no acaba de encontrarle ninguna gracia a este asunto.)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Escena 4.

 

HOMBRE. ¡Buenos días! 

¿Estás todavía en la cama? 

Ya hace rato que abrió el sol la boca. 

Arriba.  ¿A qué esperas? 

¿Qué te pasa? 

¿Estás triste? 

¿Por qué no me hablas?

 

HOMBRE. (Mostrándole un extraño objeto puntiagudo lleno de aristas.) Oye, mira.  Mira lo que he hecho. 

Afilando unas raspas grandes (ya sabes que este glotón se lo traga todo)  he hecho un serrucho.

¿Qué te parece?  

¿No me contestas? 

Anímate hombre. 

Que ya llevamos unas cuantas horas del día, y no podemos desperdiciar la luz que nos queda. 

No te desanimes. 

Ya sé que tú tendrías que estar en la escuela. 

Seguro que pronto volverás a reencontrarte con tus compañeros de clase. 

Pero mientras tanto yo puedo ser tu maestro.

¿Te gustaría? 

Así hacemos nuestro propio colegio y de esa manera aprovecharemos el tiempo. 

Es verdad que no te puedo explicar lecciones de geografía ni de océanos, pero te puedo enseñar otras cosas que tal vez te resulten útiles. 

Venga.  Levántate. 

En la escuela no se puede quedar uno tumbado, hay que sentarse para escuchar bien atento al profesor. 

 

El NIÑO le ha hecho caso.

 

HOMBRE. Así, muy bien. 

¡Vamos allá! 

Lo primero que quiero decir es que estoy muy contento de dar clases en esta escuela, y un poquito nervioso porque es la primera vez que me dedico a enseñar ¿lo sabías? 

A ver si me sale bien lo de ser maestro.

El nombre de mi asignatura es “CARPINTERÍA”:  “Primer curso de Carpintería”.

No lo puedo escribir en la pizarra porque no tengo.

Ah, ni tampoco hace  falta tomar apuntes ¿vale? 

Lo que se necesita es un serrucho como este y algo que cortar.

(Tomando un fragmento de tablón roto que tiene cerca.) Por ejemplo este trozo de madera de un viejo naufragio que se ha tragado nuestro amigo el comilón. 

¿Qué te gustaría hacer con él?

 

NIÑO. No sé.

 

HOMBRE. Podríamos construir un juguete, ¿qué juguetes te gustan?

 

NIÑO. Me gustan las pelotas.

 

HOMBRE. ¿Un balón de madera?… creo que no es buena idea.

 

NIÑO. Me gusta volar cometas.

 

HOMBRE. Ehmm… tampoco…

 

NIÑO. (Decepcionado.) Puff.

 

HOMBRE. ¿Qué te parece si construyo un muñeco? 

 

NIÑO. (Gesto de desagrado.)

 

HOMBRE. No, no te vuelvas a tumbar, ya veo que no te gustan los muñecos de madera.

Claro… normal… es un pequeño trauma para ti…

 

HOMBRE. (Desanimado, va a tirar la toalla.) En fin.  En realidad puede que esto de la carpintería no sirva para mucho.

 

NIÑO. Espera.

 

HOMBRE. ¿Qué pasa?

 

NIÑO. No tires esa tabla.

 

HOMBRE. ¿Por qué?

 

NIÑO. En la madera del barco pone algo, fíjate.

 

HOMBRE. Es verdad, hay una palabra.  Creo que es su nombre.

 

NIÑO. ¿Su nombre?

 

HOMBRE. El nombre del barco.

 

NIÑO. Ah.

 

HOMBRE. Se llama “Esperanza”. 

 

NIÑO. Es bonito.

 

HOMBRE. Si te parece puedo serrarlo en forma de rectángulo como si fuera un cuadro ¿quieres?

 

NIÑO. Genial, y lo colgamos junto a mi cama dónde yo lo vea.

 

HOMBRE. Eso no.  Me temo que no.

 

NIÑO. Por favor, me hace mucha ilusión.

 

HOMBRE. No insistas, no podemos clavarlo.

 

NIÑO. ¿Por qué?

 

HOMBRE. No voy a darle martillazos a un clavo para fijar esa madera.  Esto no es una pared.  Tendríamos que pedirle permiso al pez, somos sus invitados.  Y además supongo que le dolería.

 

NIÑO. Estoy seguro de que no se entera de nada.

 

HOMBRE. No lo sabemos.

 

NIÑO. (Enfurruñado.) Fuu.

 

HOMBRE. ¿Qué te pasa?  ¿Ya estás enfadado otra vez?

 

NIÑO. (Mintiendo.) ¡No!

 

HOMBRE. Venga, te voy a enseñar como serrar esto.

 

NIÑO. (Dolido.) No quiero aprender.

 

HOMBRE. Pero…

 

NIÑO. (Con resquemor.) Tengo una idea ¿por qué no enseñas al pez?

 

HOMBRE. ¿Al pez?  No te entiendo.

 

NIÑO. No.  No me entiendes Geppetto. Nunca me has entendido.  Y además, parece que quieras a este gigante bobo más que a mí.

 

HOMBRE. Te has enfadado porque no quiero colgar el nombre del barco sobre tu cama ¿a que sí?

 

NIÑO. (Silencio.)

 

HOMBRE. No hace falta que me contestes.  Te conozco y sé que es eso lo que te pasa.

 

NIÑO. Pues sí, tienes razón eso es lo que me pasa.   Había pensado que me traería suerte poder ver esa palabra tan bonita, ahí colgada, por las mañanas.

 

HOMBRE. ¿Por qué? 

 

NIÑO. Jo.  “Esperanza”.  ¿Es que no sabes lo que significa?

 

HOMBRE. No seas tonto, hombre.  No ves que este trozo de madera proviene de un barco que se ha hundido.  Menuda “esperanza” para sus pobres náufragos.  (Ríe.)

 

Se marcha de escena Geppetto.

 

Pinocho, muy enfadado, se desahoga rompiendo y convirtiendo en mil astillas el trozo de madera.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Escena 5.

 

HOMBRE. ¿Cómo has dormido, Pinocho?

 

NIÑO. Regular.

 

HOMBRE. ¿Has tenido miedo otra vez?

 

NIÑO. No, pero me han despertado las sirenas.

 

HOMBRE. ¿Las has oído cantar?

 

NIÑO. No cantaban, pero pasaban a toda velocidad haciendo ruido.

 

HOMBRE. (Visiblemente afectado por el comentario del niño.) ¡Vaya!

 

NIÑO. ¿Qué te pasa?

 

HOMBRE. Nada.

 

NIÑO. Te has puesto pálido de repente.

 

HOMBRE.  ¿Sí?

 

NIÑO. ¿Tú las has oído?

 

HOMBRE. Ajá.

 

NIÑO. ¿Qué hacían?  ¿Llevarse a viejos marineros?

 

HOMBRE. Sí, y me temo que también se llevan, a veces, a viejos carpinteros.

 

NIÑO. Pero a niños no, ¿verdad?

 

HOMBRE. No tienes nada que temer.

 

NIÑO. (Respira aliviado.)

 

HOMBRE. Por cierto, es la hora de volver a la escuela.

 

NIÑO. ¿Otra vez?

 

HOMBRE. A ver.  Dime qué te gustaría que te enseñara a construir. 

 

NIÑO. No sé.

 

HOMBRE. ¿Qué te parece si te enseño cómo hacer un armario?

 

NIÑO. ¿Un armario?  Y dónde lo ponemos, está todo lleno con los trastos que se ha tragado el pez, no hay hueco para un armario.

 

HOMBRE. Ya, pero hay espacio para, por ejemplo, una estantería de libros.  Una bajita.  ¿Qué me dices?  Es buena idea ¿verdad?

 

NIÑO. Pues no.

 

HOMBRE. ¿Por qué?

 

NIÑO. ¿Para qué?

 

HOMBRE. Ya… qué tonto… es verdad… no tenemos libros.

 

NIÑO. (Suspira.)

 

HOMBRE. Pero podemos conseguirlos, si se lo decimos al pez yo creo que puede intentar tragarse unos cuantos.

 

NIÑO. (Gesto de indiferencia.)

 

HOMBRE. ¿Te parece?

 

NIÑO. (Se encoge de hombros.)

 

HOMBRE. Pero mientras tanto podemos cortar alguna otra cosa.  A ver, dime, a ti ¿qué te gustaría construir?    Seguro que hay algo que deseas ¿no?

 

NIÑO. (Afirma con la cabeza.)

 

HOMBRE. Pues dímelo y te enseño a cortarlo.

 

NIÑO. Yo quiero

 

HOMBRE. ¿Qué?

 

NIÑO. Una ventana.  Desde la que pueda mirar los corales y las algas.  Y que tenga mucha luz.  Y por la que pueda entrar y salir un niño.

 

HOMBRE. Humm.

 

NIÑO. Solo eso.

 

HOMBRE.  (Silencio.)

 

NIÑO. ¿Se puede?

 

HOMBRE. (Niega con la cabeza.)

 

NIÑO. Ah.

 

Pinocho se vuelve a tumbar.

 

NIÑO. (Desanimado.) No sé por qué suponía que me ibas a decir que no.

 

Oscuro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Escena 6.

 

HOMBRE. Pinocho, veo que estás despierto.

Qué sorpresa y qué alegría.

Eso significa que te encuentras más animado.

Sin embargo a mí, no sé qué me ha pasado. 

He dormido más de la cuenta, lo noto porque me duelen los huesos. 

En parte porque el animal se ha movido mucho,  ¿verdad? 

Ha estado un poco raro durante la noche.  ¿No te parece?

Yo me he despertado varias veces, de madrugada, por las sacudidas que daba el animal. 

Es como si estuviera enfermo o se hubiera hecho daño con algo.  Qué sé yo. 

El caso es que, al final, me he vuelto a dormir.  

Y he pasado más rato de la cuenta en la cama. 

Y no he abierto los ojos hasta ahora porque hay poca luz, ¿verdad?

¿O es que tengo las gafas sucias? 

¿Tú lo notas, Pinocho, que está más oscuro? 

¿Qué te pasa? 

¿Qué haces parado ahí en medio?

Te noto raro.

¿Escondes algo?

 

NIÑO. Nada.

 

HOMBRE. ¿Seguro?

 

NIÑO. (Se encoge de hombros.)

 

HOMBRE. (Afinando el oído.) Huy… y eso… ¿oyes?

Suena como un reloj.  Tic  tic  tic.

Espera, no es un reloj, mira,  junto a ti… hay una gotera.

 

NIÑO. ¿Psí?

 

HOMBRE. ¡Qué raro!  En el interior de los peces marinos no hay goteras… a no ser que…

 

El NIÑO retrocede intentando una inútil huida.

 

HOMBRE. (Atando cabos.) ¿Tú?

 

NIÑO. (Gesto aterrado del chico.)

 

HOMBRE. (Mirada acusadora a Pinocho.)  ¿Qué has hecho?

 

NIÑO. Perdón.

 

HOMBRE. ¿Qué tienes ahí escondido?

 

NIÑO. ¿Yo?

 

HOMBRE. Enséñamelo ahora mismo.

 

NIÑO. Nada, es solo una raspa…

 

Geppetto tira de la mano que tiene escondida, Pinocho, en su espalda.

 

NIÑO. Aay.

 

HOMBRE. (Descubriendo el objeto que ocultaba.) ¡Mi serrucho!  No habrás…

 

NIÑO. Me dijiste que practicara.  Eran mis deberes para hoy.

 

HOMBRE. Cómo has podido ser tan cruel, es un ser vivo.

 

NIÑO. Es un animal gigante.

 

HOMBRE. Pero tiene sentimientos.

 

NIÑO.  Y yo también.  Y te pedí una ventana.  Y no me hiciste caso.  No me quedaba más remedio que hacerla yo solo.

 

HOMBRE. Oh, Pinocho, qué voy a hacer contigo…

 

Se mueven, ambos, al ritmo de una pequeña sacudida de su gran anfitrión.

 

NIÑO. (Conmovido.) ¿Está herido?

 

HOMBRE. ¿Tú qué crees?  ¿No notas que tiene pequeños espasmos de dolor?

 

NIÑO. No quería hacerle daño.

 

HOMBRE. Pues fíjate, hoy apenas ha abierto la boca para que nos entre un poquito de luz.

 

NIÑO. ¿Ha sido por mi culpa?

 

HOMBRE. ¿A ti qué te parece?

 

NIÑO. ¡Que he hecho!  ¡Soy un desastre!  He enfadado al pez y además nos hemos quedado sin sol.

 

HOMBRE. Bueno.  Ya está.  Seguro que se arregla.

 

NIÑO. ¡Qué va!  He provocado que sea de noche para siempre.

 

HOMBRE. Tonterías.  Es una animal grande y fuerte.  Apuesto a que muy pronto estará bien del todo.

 

NIÑO. (Leves pucheros no demasiado convincentes.)

 

HOMBRE. Venga Pinocho, anímate.

 

NIÑO. (Ensaya un esbozo de sonrisa.)

 

HOMBRE. Mira, te he fabricado una peonza.  Prueba a darle vueltas.

 

NIÑO. (La lanza tratando de hacerla rodar.)

 

HOMBRE. ¿Te gusta?

 

NIÑO. Sí.

 

HOMBRE. (Marchándose.) Me alegra hacerte feliz.

 

NIÑO. (Tanteando en el suelo, buscando el objeto con escaso resultado.)  Lo que pasa es que… está tan oscuro el suelo, que es imposible verla girar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Escena 7.

 

HOMBRE. ¿No te levantas?

 

NIÑO. ¿Has visto?

 

HOMBRE. ¿Qué?

 

NIÑO. Hay más sol que ayer.  Se ve que el animal está mejor.  Y nos ha perdonado.  Bueno sobre todo a mí, que soy el culpable de su herida.

 

HOMBRE. Te lo dije.  Es un buen animal, nada rencoroso.

 

NIÑO. (Silencio.)

 

HOMBRE. ¿Te traigo el desayuno?  ¿Qué te pasa?  ¿Por qué no te levantas?

 

NIÑO. Creo que me he hecho pis.

 

HOMBRE. ¿Crees?

 

NIÑO. No estoy seguro.  Está todo tan mojado aquí dentro.

 

HOMBRE. Es un animal acuático, ¿qué quieres?

 

NIÑO. La próxima vez que me tenga que tragar un ser gigante me pido un canguro enorme o algo así.

 

HOMBRE. Un canguro ¿por qué?

 

NIÑO. Pues porque anda por la tierra.  Y además tiene la panza abierta, es un sistema útil para poder entrar y salir de casa. 

 

HOMBRE. Seguro que no soportarías todos esos saltos que acostumbran a dar.

 

NIÑO. Cualquier cosa es mejor que esto.

 

HOMBRE. No creas, aquí no se está tan mal.

 

NIÑO. Pues yo estoy harto.  Y aburrido.  Y enfadado.

 

HOMBRE. ¿Y atemorizado?

 

NIÑO. ¿Que?

 

HOMBRE. ¿Sigues teniendo miedo como los primeros días?

 

NIÑO. Creo que… menos…

 

HOMBRE. ¿Crees?

 

NIÑO. ¿Por qué?

 

HOMBRE. Tal vez esa sea la causa de que te hayas hecho pis en la cama.

 

NIÑO. Ni idea. 

A mí nunca me había pasado. 

 

HOMBRE. Sí te había pasado.

 

NIÑO. Pero hace muchos años.

 

HOMBRE. Es verdad.  Es raro a tu edad…

 

NIÑO. ¿Ah sí?

 

HOMBRE. Tranquilo.  No pasa nada.

 

NIÑO. (Gesto serio.)

 

HOMBRE. ¿Estás nervioso por no poder salir?

 

NIÑO. Nervioso, pues… depende, algunas veces sí y otras no.

 

HOMBRE. Y mientras te hacías pis ¿estabas nervioso?

 

NIÑO. ¿Cómo voy a saberlo?  Estaba dormido.

 

HOMBRE. Bueno.  Ponte otros calzoncillos y ya está.

 

NIÑO. ¿De cuáles?

 

HOMBRE. Pues de los lavados.

 

NIÑO. ¿Y esos cuáles son?  ¿Los que están en el montón de ropa que hay en el charco?

 

HOMBRE. No, esa es la ropa recién lavada.

 

NIÑO. Entonces,   ¿los empapados por la gotera?

 

HOMBRE. Tampoco, esa es la ropa que se está lavando ahora mismo.

 

NIÑO. Ah.

 

HOMBRE. La ropa seca está colgada, ahí fuera, en las costillas.

 

NIÑO. Vale.  Voy.

 

HOMBRE. (Recogiendo la ropa del charco.)  Cuando te vistas, me tienes que ayudar a colgar todo lo lavado.

 

NIÑO. (Volviendo.)  Geppetto, ¿cuánto días han pasado ya?

 

HOMBRE. ¿Qué?

 

NIÑO. Sí, ¿cuantos días llevamos aquí dentro?

 

HOMBRE. ¿En el pez?   Pues no sé.  No los he contado.  ¿Y tú?

 

NIÑO. Tampoco.

 

HOMBRE. Unos cuantos.

 

NIÑO. Creo que muchos.  Mil o así.

 

HOMBRE. ¡Qué dices!  Llevamos muchísimos menos.

 

NIÑO. Pues a mí se me está haciendo muy pesado.

 

HOMBRE. Por cierto.  Mírate.  Creo que es hora de pelarse.

 

NIÑO. No.

 

HOMBRE. Sí.

 

NIÑO. ¿Por qué?

 

HOMBRE. Porque no te veo los ojos.

 

NIÑO. Están ahí.  Los dos.  Te lo juro.  ¿No te fías de mí?

 

HOMBRE. Prefiero comprobarlo por mí mismo.

 

NIÑO. (Levantándose el flequillo.)  Mira ¿contento?

 

HOMBRE. No.  Quiero poder mirarte a los ojos todo el rato.

 

NIÑO. ¿Para leerme el pensamiento o algo así?

 

HOMBRE. Te tienes que cortar el pelo porque lo digo yo y basta de discutir.

 

NIÑO. No me lo irás a cortar tú.

 

HOMBRE. (Despliega una leve sonrisa malévola.)

 

NIÑO. ¿Con esa raspa que tienes en la mano?

 

HOMBRE. ¿Has visto en alguna parte de este pez una peluquería?

 

NIÑO. (Sale, huyendo, de escena.) Socorro.  Socorro.

 

HOMBRE. (Tras él.) No me hagas correr que este pez resbala mucho.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Escena 8.

 

HOMBRE. ¿Has almorzado ya?

 

NIÑO. Estoy harto de algas y pescado 

 

HOMBRE. Es comida sana.

 

NIÑO. Ya, pero me gustaría variar un poco.

 

HOMBRE. ¿Ah sí?

 

NIÑO. ¿Le podemos pedir que se trague una tarta de chocolate?

 

HOMBRE. ¿Al pez?

 

NIÑO. Sí.  ¿Se puede?

 

HOMBRE. No perdemos nada intentándolo.

 

NIÑO. Pues vamos.

 

HOMBRE. No.  Es la hora de hacer ejercicio.

 

NIÑO. Jo, ¿a dar vueltas otra vez?  Es un mareo.

 

HOMBRE. Si quieres podemos hacer un recorrido nuevo.  ¿Qué te parece si nos acercamos un poco a la entrada?

 

NIÑO. ¿A la boca?  ¿Se puede?

 

HOMBRE. Sí, teniendo mucho cuidado.

 

NIÑO. ¿Por los dientes?

 

HOMBRE. Y porque si tose o estornuda nos lanzaría lejos.

 

NIÑO. ¿Y qué pasaría si nos escupe en mitad del océano?  ¿Que nos podría tragar un pez gigante?  (Ríe.)

 

HOMBRE. Hay cosas peores ahí fuera.

 

NIÑO. ¡Ah ya!  Las sirenas ¿verdad?  Pues a mí no me parecen tan peligrosas.

 

HOMBRE. Venga, vamos a hacer nuestro recorrido diario por el pez.

 

NIÑO. Ahora no.

 

HOMBRE. ¿Por qué no?  ¿Estás ocupado?

 

NIÑO. (Se encoge de hombros.)

 

HOMBRE. Ah, claro, estás tumbado.

 

NIÑO. (Asiente.)

 

HOMBRE. ¿Y si te levantas de la cama?

 

NIÑO. Estoy cansado.

 

HOMBRE. ¿Qué has hecho hoy?

 

NIÑO. Desayunar.

 

HOMBRE. ¿Y luego?

 

NIÑO. Vestirme.

 

HOMBRE. ¿Y luego?

 

NIÑO. Más cosas.

 

HOMBRE. ¿Qué cosas?

 

NIÑO. Pues… he estado por ahí.

 

HOMBRE. ¿En el túnel de la digestión?

 

NIÑO. Bueno, sí, un poco.

 

HOMBRE. Te pasas allí sentado todo el santo día.

 

NIÑO. Es muy entretenido ¿te digo qué animal se ha tragado hoy el Gigante?

 

HOMBRE. No me lo digas.  No quiero saberlo.  Se me revuelve el estómago cada vez que me asomo a ese sitio.

 

NIÑO. Pues a mí me gusta mucho.

 

HOMBRE. Un niño no debería ver cosas así.

 

NIÑO. ¿Qué tiene de malo?

 

HOMBRE. No es nada sano.  Así que no quiero que pases tantísimas horas asomado a ese aparato que te tiene hipnotizado.

 

NIÑO. No es para tanto.

 

HOMBRE. Sí que lo es.  Yo, a tu edad, tenía juguetes de los de toda la vida.  Pero ese aparato a mí no me gusta.

 

NIÑO. ¿Qué aparato?  ¿El digestivo?

 

HOMBRE. Pues claro, ese.

 

NIÑO. ¿Y qué quieres que haga?  No hay cole, no hay parques, no hay amigos con los que jugar…

 

Se marcha Pinocho un poco enfadado.

 

Queda pensativo Geppetto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Escena 9.

 

HOMBRE. Arriba, marinero.

 

NIÑO. No.

 

HOMBRE. Tengo una sorpresa para ti.

 

NIÑO. ¿Ah sí?  ¿Por fin se ha tragado, el pez, una tarta de chocolate?

 

HOMBRE. Hmm.  Casi.

 

NIÑO. ¿De nata?

 

HOMBRE. No, no se ha tragado ninguna golosina.  Es algo mejor que eso.

 

NIÑO. Imposible.

 

HOMBRE. ¿Ah no?  Toma.

 

NIÑO. ¿Qué es esto?

 

HOMBRE. Una botella que acaba de entrar en la boca de nuestro gigantesco “buzón”.

 

NIÑO. ¿Tiene un mensaje dentro?

 

HOMBRE. Sí.  ¿Lo ves?

 

NIÑO. Es verdad.

 

HOMBRE. Sácalo.

 

NIÑO. Voy.

 

HOMBRE. ¿Estás emocionado?

 

NIÑO. Sí.  Mucho.

 

HOMBRE. Mira a ver qué pone.

 

NIÑO. (Leyendo el mensaje.) “Pinocho te echo me menos y tengo ganas de que volvamos a estar juntos”.  Y lo firma Lucía.

 

HOMBRE. ¿La de tu cole?

 

NIÑO. Si.

 

HOMBRE. ¡Qué bien!

 

NIÑO. ¿Cómo habrá llegado hasta aquí?

 

HOMBRE. Imagino que ella debe de estar en otro pez, igual que tú.

 

NIÑO. ¿En serio?

 

HOMBRE. Por supuesto.

 

NIÑO. Pero es… demasiada casualidad… ¿no?

 

HOMBRE. ¿Por qué?

 

NIÑO. El océano es muy grande.

 

HOMBRE. No tanto.  Además, la corriente lleva a todos los peces gigantes hacia el mismo sitio.

 

NIÑO. ¿Qué son, un rebaño o algo así?

 

HOMBRE. Claro, un banco de peces.  ¿No lo has estudiado en el colé?  Los peces viven en comunidades.

 

NIÑO. Sí, es verdad.

 

HOMBRE. Contéstale.

 

NIÑO. No sé qué decirle.

 

HOMBRE. Pues dile, por ejemplo, que os vais a ver pronto, que no se preocupe.

 

NIÑO. ¿Y si no?

 

HOMBRE. Y si no ¿qué?

 

NIÑO. Y si no nos vemos en muchísimo, muchísimo tiempo.

 

HOMBRE. Eso no va a pasar.

 

NIÑO. ¿Estás seguro?

 

HOMBRE. Claro que sí.

 

NIÑO. ¿Me lo juras?

 

HOMBRE. Palabra de honor.

 

NIÑO. (Sonríe.)

 

HOMBRE. Venga, contéstale.

 

El NIÑO busca, entro todo el maremágnum de objetos apilados que llenan la estancia, un lápiz y un papel, ante la feliz mirada del HOMBRE.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Escena 10.

 

HOMBRE. Pinocho, arriba, a levantarse. 

 

NIÑO. ¿Hay botella de Lucía?

 

HOMBRE. Sí, toma.

 

NIÑO. Gracias.

 

HOMBRE. ¿Qué te dice?

 

NIÑO. Es privado.

 

HOMBRE. Ah.  Bueno.

 

NIÑO. Oye.

 

HOMBRE. ¿Qué?

 

NIÑO. ¿Cuándo la vea podré abrazarla?

 

HOMBRE. Mmm.  Creo que, por el momento, no.

 

NIÑO. ¿Por qué?

 

HOMBRE. Porque vives conmigo.  

 

NIÑO. ¿Y?

 

HOMBRE. Pues que… resulta que…  yo soy muy mayor. 

 

NIÑO. Yo no tengo la culpa de que lo seas.

 

HOMBRE. Ya pero podrías contagiarme.  Y eso es muy peligroso para mí.

 

NIÑO. (Masculla algo entre dientes.)

 

HOMBRE. ¡Pinocho!

 

NIÑO. ¿Qué?

 

HOMBRE. ¿Qué has dicho?

 

NIÑO. Nada.

 

HOMBRE. Era una palabrota.

 

NIÑO. Mmm.

 

HOMBRE. ¿Qué te pasa?

 

NIÑO. Nada.

 

HOMBRE. Habla.

 

NIÑO. ¡Por qué tienes que ser tan viejo!

 

HOMBRE. Ah, eso.

 

NIÑO. Es un rollazo.

 

HOMBRE. No es fácil para ti.  Lo sé.

 

NIÑO. Ya.  Lo sabes.  Pero el hecho de que lo sepas a mí no me ayuda.   El caso es que no puedo hacer nada divertido contigo.

 

HOMBRE. De hecho sí que puedes.

 

NIÑO. ¿Qué?

 

HOMBRE. Deja de nadar entra sábanas, que tenemos un plan mejor.

 

NIÑO. ¿Un plan?

 

HOMBRE. Sí, prepárate.

 

NIÑO. ¿Para qué?

 

HOMBRE. Para dar un paseo.

 

NIÑO. ¿Por el vientre y por la cola otra vez?

 

HOMBRE. Y por más sitios.

 

NIÑO. ¿Qué sitios?

 

HOMBRE. En cuanto estés listo iremos hasta la boca y…

 

NIÑO.  ¿Y?

 

HOMBRE. Saldremos de ella.

 

NIÑO. ¿En serio?

 

HOMBRE. No podremos alejarnos mucho, eso sí.  No conocemos estas aguas.

 

NIÑO. ¿Por qué ahora sí y antes no?

 

HOMBRE. No lo sé, tal vez esté menos contaminada esta parte del mar, el caso es que el Pez Gigante ha abierto un poco más la boca y ya cabemos por la abertura sin hacernos daño con sus dientes.

 

NIÑO. (Preparándose, eufórico, para la salida.) ¿Ah sí?  ¡Qué alegría!  ¿Por eso esta mañana había más luz?

 

HOMBRE. Claro, poco a poco, a medida que vamos entrando en aguas mejores, el pez va abriendo la boca más y más.

 

NIÑO. Bien.  Bien.  Bien.

 

HOMBRE. Espera.

 

NIÑO. ¿Qué pasa?

 

HOMBRE. No puedes salir así.

 

NIÑO. ¿Ah no?   Pero si ya me he vestido y estoy peinado y me he lavado muy bien ¿qué me falta?

 

HOMBRE. Para salir afuera tenemos que ponernos algo en la boca.

 

NIÑO. ¿Para respirar?

 

HOMBRE. Sí.

 

NIÑO. ¿Como los buzos en el agua?

 

HOMBRE. Exacto, algo parecido.  Toma, póntelo.

 

Se colocan, en la boca, una mascarilla y salen.

 

 

 

 

 

 

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